Artículo de opinión, Laura Fontalba
La Huelga Feminista General de Cuidados, cada vez más próxima, ha despertado dos posicionamientos muy marcados las últimas semanas. Mientras que la Coordinadora Feminista de Euskal Herria Bizitzak Erdigunean defiende la huelga como un paso hacia la concienciación y la reivindicación de un sistema público de cuidados, colectivos de mujeres racializadas, migradas y gitanas han abierto un debate.
Todas ellas comparten el discurso del derecho colectivo al cuidado, denuncian que este no puede convertirse en un negocio y exigen la visibilización y el reconocimiento de su labor, entre muchos otros aspectos. Sin embargo, no todas se sienten adheridas a esta movilización. Si algo está claro es que el problema no está en las causas que promueven la huelga, sino en cómo algunas mujeres carecen del derecho a hacerla.
La Coordinadora Feminista de Euskal Herria Bizitzak Erdigunean lanzó esta Huelga Feminista con muy buen propósito: dejar claro que el cuidado es un derecho básico y debe ser universal, público y de calidad, garantizado para todas las personas. Para ello, saben que será primordial «reorganizar» el mundo laboral, mejorando las condiciones laborales para que se den sueldos y horarios que permitan vivir con dignidad, así como nuevos permisos, servicios e infraestructuras públicas que permitan mejorar la calidad asistencial de los cuidados y la vida de las cuidadoras.
Además, mediante la huelga, pretenden visibilizar la labor de aquellas mujeres que, durante toda su vida, se han dedicado a los cuidados y han llegado a la vejez «agotadas», «empobrecidas» y sin el reconocimiento que merecían. En la misma línea, han recordado la labor de aquellas cuidadoras que ven su derecho a huelga vulnerado, al trabajar con servicios mínimos o no poder dejar de cuidar a quienes cuidan. «Esta huelga también va de denunciar que no todas tenemos reconocido el derecho a huelga y visibilizar que no todas podemos parar», explicaba en uno de sus escritos la coordinadora. Aunque parece que, para muchas mujeres, este gesto no es suficiente.
Tal vez recordéis cómo el 8 de marzo de 2018, se acordó vestir los balcones con delantales para visibilizar a aquellas mujeres que no podían ir a la huelga. Fue una forma de reivindicar el trabajo no remunerado, pero también de visibilizar a aquellas mujeres, en su mayoría racializadas, que se ven envueltas en una situación irregular o carecen de otras condiciones necesarias para ver garantizado su derecho a la huelga. Cinco años después, la situación sigue siendo la misma. «¿Otra vez vamos a colgar los delantales en los balcones o golpear las cazuelas como en el año 2018?», se preguntan las mujeres racializadas, migradas y gitanas.
A pesar de estar de acuerdo con las reivindicaciones, las trabajadoras racializadas, migradas y gitanas se han mostrado cansadas de sentirse excluidas. En uno de sus escritos relataban cómo el 95% de las cuidadoras en régimen de interna son mujeres migrantes racializadas y cómo una importante parte de mujeres racializadas, migradas y gitanas e, incluso, autóctonas blancas, ven vulnerado su derecho a la huelga por estar trabajando en sectores desregulados o sin protección sindical. «¿Hacer la huelga es la herramienta más adecuada?», se preguntaban.
Parece ser que, vistas ambas posturas, el bien intencionado actuar de la coordinadora no es suficiente para aquellas mujeres que, dada su situación, carecen de este derecho. Y es normal si entendemos que las mujeres racializadas, migradas y gitanas se ven excluidas de la mayoría de decisiones políticas y sociales, porque, conscientes o no, habitualmente se priorizan planteamientos que no alcanzan a plasmar su realidad. «Queremos visibilizarnos como agentes políticas de cambio frente a un sistema de cuidados en el que las lógicas racistas y coloniales son tan centrales como las de género», reivindicaban estas mujeres, que viven la huelga como una acción simbólica de un único día y no como una estrategia clave contra el racismo.
Todo este desacuerdo ha desembocado en dos «bandos», mujeres que defienden la huelga y mujeres que han decidido deshaderirse de esta. ¿Pero es este el objetivo? No se comparten las formas, pero sí los motivos; por lo tanto, no hay razón para dejar de lado aquello que se defiende, sino, tal vez, esta situación sea un buen desencadenante para repensar, juntas, cómo nos defendemos.
No me cabe duda de que la Huelga Feminista General de Cuidados será un éxito, pues es mucha la acogida que hasta ahora está recibiendo. Sin embargo, «cuidar» también implica empatizar con aquellas personas que no se sienten representadas, así que, hagamos de esto un aprendizaje. «Toca escucharnos», advertían las mujeres racializadas, migradas y gitanas; y yo estoy de acuerdo. Es hora de repensar y repensarnos.