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«No somos defensores de la selva, somos la selva que se defiende»

Catalogados erróneamente por el Estado ecuatoriano como “grupo paramilitar”, el pueblo Kawsak Sacha creó una Guardia comunitaria que lleva años denunciando las incursiones ilegales de madereros peruanos en su zona.

2023-11-27T13:06:44+01:0027 noviembre 2023|Kawsak Sacha, Reportajes|Comentarios desactivados en «No somos defensores de la selva, somos la selva que se defiende»

Por Laura Fontalba

En el área amazónica de Ecuador aún conviven pueblos indígenas y comunidades no contactadas que viven respetando y defendiendo a la naturaleza, y en sintonía con sus ancestros. Es el caso de los y las habitantes del Pueblo Ancestral Kichwa Kawsak Sacha (selva viviente), quienes, a pesar de sus esfuerzos por mantener la biodiversidad de su territorio, llevan años enfrentándose a madereros peruanos que, poco a poco e ilegalmente, están destruyéndolo todo.

Durante tres meses, Amarun Grefa, dirigente de comunicación y portavoz del Pueblo Ancestral Kichwa Kawsak Sacha, ha venido a Bilbao para intercambiar conocimientos y aprender cómo funciona la ONU, qué procesos existen para la denuncia de esta y otras situaciones, cuáles son los derechos de los pueblos o algunos tratados internacionales imprescindibles para avanzar en su comunidad. Todo ello, gracias al Instituto de Derechos Humanos Pedro Arrupe de la Universidad de Deusto, en Bilbao, junto con la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH) y la Agencia Vasca de Cooperación para el Desarrollo (AVCD).

«No somos defensores de la selva, somos la selva que se defiende», se presentaba Amarun durante la entrevista. Con cerca de 200.000 hectáreas, casi las mismas que toda Bizkaia, el Pueblo Ancestral Kichwa Kawsak Sacha está ubicado en la Amazonía ecuatoriana, en la cuenca baja del río Curaray y río Pindo, haciendo frontera con Perú. Actualmente, siete comunidades conforman el territorio: Nina Amarun, Macao, Sisa, Lorocachi, Jatun Playa, Victoria y Yana Yaku, en las que se reparten 700 habitantes en 104 familias. 

A pesar de su extensión y población, su ubicación geográfica ha dificultado durante décadas que fuese un pueblo reconocido. El Estado percibía el lugar como un territorio baldío y, al hacer frontera con Perú, durante años, surgió la intención de crear una franja de seguridad ubicando allí a militares jubilados de alto rango, como tenientes o capitanes, que pudiesen controlar el cordón fronterizo. «Les convenía hacer eso para hacer comercio con Perú. Estábamos en una mina de oro de la que extraer todos los recursos. Querían apoderarse de todo para venderlo», explicaba Amarun. En el año 2002, se hizo un reconocimiento de los pueblos indígenas por la Marcha de Pueblos Indígenas, pero ellos no fueron reconocidos como pueblo. Esta falta de identificación hacía peligrar su territorio. Así que, en 2004, lo solicitaron de forma oficial. «Nos pidieron muchos requisitos», aseguró Amarun.  Debían justificar cómo iban a vivir, qué harían con sus recursos, cómo iban a organizarse… y, para ello, crearon el Plan Sumak Kawsay, en el que se incluía un Plan de Manejo. Una especie de Constitución que controlaba el funcionamiento de sus comunidades. Con ello, en 2008, Rafael Correa les reconoció como pueblo indígena. 

Gracias al reconocimiento recibido, el Pueblo Ancestral Kichwa Kawsak Sacha vive en armonía con la naturaleza y sus conocimientos ancestrales. Trabajan para alcanzar la vida en armonía por medio de cuatro bases principales: luchan por un territorio sin mal, a fin de tener una vida digna; aplican la sabiduría y conocimientos ancestrales; defienden la vida entre familias, es decir, buscan una buena convivencia en comunidad para poder tener armonía; y, por último, tratan de mantener su economía, aunque es el aspecto más complicado de equilibrar. «Queremos una vida en armonía con la naturaleza, queremos vivir bien y queremos vivir de acuerdo a nuestra creencia, sin perder nuestra cultura, nuestra espiritualidad y nuestra cosmovisión», explicaba. Es tanto el respeto que allí se procesa por la naturaleza, que aún mantienen zonas de la selva inexploradas, a fin de respetar los espíritus que viven en el lugar. «Es mejor no intervenir y dejar que todo quede ahí, la selva, los animales en los saladeros1…  Es un lugar sagrado donde no se puede cazar, disparar, ni nada de eso», aseguraba Amarun. Aunque este respeto hacia la selva también tiene sus desventajas. «El único camino que tenemos para llegar a otras comunidades es cruzando la selva por la mitad y se tarda dos días en cruzar. Todo fuera de ello es inexplorado», contaba. 

La vida en sus comunidades es totalmente colaborativa, por eso es tan importante mantener la buena convivencia familiar. Dentro de cada comunidad, funcionan por medio del trueque. Realizan trabajos2 en conjunto para ayudarse unos a otros y, después, todos se benefician de los resultados. Cada familia tiene su chacra3, en la que trabajan en comunidad para, después, comer de esos alimentos. «Todo lo que se cosecha, se comparte, no se vende nada. Incluso si alguien tiene demasiada yuca, les invita a otras familias», explicaba Amarun. Una situación que se repite con la caza. Por ejemplo, un único jabalí se reparte entre todas las familias y se consume colectivamente a fin de evitar la caza en exceso y mantener un equilibrio. Aunque este equilibrio también se mantiene gracias al Plan Sumak Kawsay, con el Plan de Caza, en el que se especifica qué animales pueden cazarse y cuáles no, cuándo se puede cazar, qué cantidad, etc. «El plan está enfocado a la caza para el control de biodiversidad», explicaba Amarun. 

Sin embargo, no pueden extraerlo todo de sus comunidades. Es por ello que productos como jabones, sal u otros los compran en la ciudad. Para ello, tienen dos opciones, una avioneta que tarda 45 minutos en llegar a la ciudad y cuesta 600 dólares o ir en canoa, tardando dos días. «Por esta situación estamos también abandonados por parte del Estado, no tenemos recursos, no tenemos salud, la educación es complicada…», lamentaba Amarun. Es por ello que las salidas a la ciudad son muy puntuales y siempre con una persona encargada de traer al resto lo que precisen. Esta falta de recursos y diferenciación frente a la gran ciudad está llevando a que muchos jóvenes abandonen sus comunidades. Para frenarlo, Amarun cree que es primordial darles un papel dentro de su comunidad: haciendo comunicación, deportes, etc. Responsabilidades que les puedan parecer atractivas. «Yo salgo a la ciudad pero a prepararme, para apoyar a mi pueblo. A mí no me han preparado para quedarme en la ciudad, sí para ayudar a mi pueblo… Queremos más jóvenes que tengan esa visión o concientizar a los jóvenes que tenemos de que la vida en la ciudad no es buena», explicaba. Es por ello que, dejando a un lado lo más tradicional, cuentan con un centro de todas las comunidades en el que tienen acceso a Internet, a fin de facilitar las comunicaciones, darse a conocer y buscar apoyo en el exterior. Una labor que, principalmente, lleva a cabo Amarun en una web destinada a su pueblo, en la que, por medio de la comunicación comunitaria, visibiliza la lucha de sus comunidades. Cabe destacar que las informaciones y vídeos que él cuelga son prácticamente las únicas que existen. 

Por desgracia, desde hace años, la búsqueda por la vida en armonía se ha visto directamente afectada por aspectos externos: los madereros peruanos. Con la creación del Plan de Caza, el pueblo Kichwa Kawsak creó una guardia, una agrupación conformada por un miembro de cada comunidad que, durante unos meses, monitorea las zonas cercanas para controlar los posibles excesos en la caza y el buen cumplimiento del Plan de Manejo de sus recursos. En una de sus excursiones, en 2009, descubrieron que los peruanos habían estado ingresando en su territorio para decomisar maderas, traficar con pieles, animales, etc. Las comunidades llevaron la denuncia a la Fiscalía, pero no obtuvieron respuesta, más que la insistencia de «dejarles ir» a fin de evitar un enfrentamiento.  «La guardia se creó para nosotros, pero al final terminamos utilizándola para hacer monitoreo en puntos estratégicos. Ahora, monitoreamos de día y de noche, y hemos tenido amenazas de que ellos, los madereros, si nos ven, nos van a disparar», explicaba. Unas amenazas que les preocupan, porque sus guardias sólo llevan machete, anzuelo y comida para las jornadas de monitoreo, pero los peruanos llevan a todas partes sus armas de fuego. «Nos preocupa que nos disparen porque si pasa eso en la frontera qué vamos a hacer; si alguien está herido, ¿a dónde vamos a ir? Estamos tan lejos… ¿Y quién va a responder por nosotros?», se preguntaba Amarun. 

Esta guardia ha despertado sospechas por parte del Estado, que acusa a las comunidades de estar creando grupos paramilitares: «Nos preguntan que con qué autorización estamos monitoreando la zona, ¿pero a quién deberíamos pedir permiso? La guardia era sólo para controlarnos a nosotros. De hecho, tenemos nuestras propias leyes, la justicia indígena4, y, con los madereros, no la aplicamos porque confíamos en el Estado». Mientras tanto, no sólo se ve afectada la biodiversidad del lugar, sino que, en la zona, aún conviven comunidades no contactadas que se están viendo directamente afectadas por la incursión de los peruanos. «Cuando les desplazaron (a los no contactados), empezaron a robarnos la yuca, el plátano…, porque ellos ya no podían regresar a su zona», explicaba Amarun y añadía: «Les están desplazando y cuando no haya más espacio se van a meter a nuestro territorio, entonces tal vez haya enfrentamientos. (…) No estamos protegiendo sólo nuestro territorio, estamos protegiendo también una cultura que está frente a pueblos en aislamiento voluntario». 

La denuncia del Pueblo Ancestral Kichwa Kawsak Sacha, que realizaron hace ya tres años, aún no ha obtenido respuestas, pero continúan a la espera. «Si no se cumple, cuando se agoten todos los recursos internos, hay que acudir a instancias internacionales con todos los derechos que tenemos, pero también la parte administrativa es muy complicada acá, se demora cinco o seis años», lamentaba Amarun. Mientras tanto, desde su comunidad, continúan presionando y fortaleciendo la labor de los guardias; y, aún en proceso, están trabajando para sacar adelante una propuesta por la que declarar a su pueblo patrimonio cultural y material sonoro. «Tenemos esa conexión con la naturaleza mediante cantos, sueños… y eso no queremos perderlo. Queremos que eso sea también protegido, tanto la selva y la cultura, como nosotros. Para, así, proteger el territorio. Queremos llegar a ser reconocidos por la UNESCO», aseguraba con orgullo.

  1. Saladero: área en la que conviven todo tipo especies animales. ↩︎
  2. Amarun nombra a los trabajos que realizan en comunidad y para el beneficio colectivo como «mingas». Labores comunitarias a cambio de comida u otro tipo de intercambios. ↩︎
  3. Chacra: huerta. ↩︎
  4. Leyes indígena: Amarun explicaba cómo una autoridad tradicional convoca y reúne a toda la comunidad cuando se va a realizar algún castigo, ya que estos se hacen en público. Utilizan plantes y productos agrícolas como el ají (pimiento picante), el tabaco o la ortiga para castigar a quien incumple las leyes.
    ↩︎

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