Por Laura Fontalba
El pasado mes de abril, Pilar Pérez Fuentes, historiadora, participó en un acto organizado por Bilbo Zaharreko Memoria Taldea y dirigido por la periodista Teresa Villaverde. Bajo el título Morrocotudas, ni obreras, ni amas de casa. El papel de las mujeres en la minería vizcaína, Pilar habló sobre las grandes aportaciones de estas mujeres y sobre cómo era su vida en un Bilbao y una Bizkaia del siglo XIX.
Pilar ha dedicado parte de su vida a «desentrañar el modo y cuantificar el nivel de aportación de las mujeres a la explotación minera vizcaína». Ya en sus inicios en la investigación, destacó porque su tesis doctoral, presentada en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), fue la primera en realizarse desde una perspectiva de género, con las consecuentes críticas por parte del tribunal, que consideró que su aportación a las economías familiares era «magnífica», pero hubiera sido mucho más «brillante» sin las «tonterías de género». A pesar de las dificultades para hacerse oír, su perseverancia le ha llevado a que, a día de hoy, su investigación sirva como un megáfono para todas aquellas mujeres que en los padrones quedaron contabilizadas como «amas de casa» e incluso, en ocasiones, como «nada», mientras sostenían los mercados sumergidos. «Había miles de mujeres sosteniendo la minería. La gran aportación del mineral de hierro está en las espaldas de las mujeres y, sin embargo, estas no estaban en la mina», explicaba.
¿Pero dónde estaban estas mujeres entonces? Daban hospedaje a los trabajadores, lavaban sus ropas, preparaban la comida… también eran modistas o costureras, se encargaban de trabajos «disuasorios», con jornales muy bajos, incluso inferiores a los de un pinche. «A la patronal le interesaba tener el trabajo de las mujeres a disposición de los trabajadores (…) Tener trabajadores en los domicilios era menos conflictivo que tenerlos en barracones», relataba. Así, las mujeres quedaban relegadas a trabajos precarios que, realmente, sostenían los cimientos de toda la estructura: «Bizkaia es cuna del movimiento obrero. Nos ha dejado fuentes interesantes. La patronal minera tiene un archivo rico. Preguntaba a sus trabajadores cuánto necesitaban para vivir; no por subirles el sueldo, sino por saber con qué márgenes se trabajaba cuando la comisión de reformas sociales intervenía. Con eso se pueden reconstruir los presupuestos familiares, lo que ha demostrado que dependía de las mujeres que en la zona minera el trabajo pudiese sobrevivir».
Durante la industrialización, las mujeres no sólo estaban presentes sosteniendo a los trabajadores, sino que muchas de ellas trabajaban en talleres, haciendo bombillas, con yute, haciendo sacos… o en empresas con productos de alimentación. «Pero, ¿qué ocurría con esas mujeres?», se preguntaba ella y respondía: «Ocurría que estando en nómina, cuando vas a buscarlas al padrón, aparecen como amas de casa. (…) La suerte de las historiadoras es que había un mercado de servicios domésticos, claramente establecido en la zona minera y con precios, que nos puede servir de referente para calcular que en estos hogares las mujeres también estaban». Los resultados demuestran que la clase trabajadora «nunca hubiera salido adelante en su conjunto sin los mercados sumergidos de trabajo a manos de las mujeres y de los niños, por lo menos, hasta 1930».
El «gran trastorno social» llegó con la aparición de la «economía salarial». Las mujeres empezaron a salir a los espacios públicos, se rompió el espacio de la familia como «lugar laboral» y, en consecuencia, se dio una «desestabilización del género». Fue entonces cuando empezó a imponerse un modelo hegemónico: el modelo burgués. «Con una estricta división del trabajo, los hombres debían ganar el pan, las mujeres ser amas de casa, todo lo demás era indecencia», explicaba. La realidad es que tras el trabajo también escondían la moral. Las primeras reivindicaciones del movimiento obrero no sólo se dieron para conseguir más salarios para sí mismos, sino para mantener dicho «orden moral». «No piden más salarios para las mujeres o para que la familia salga adelante, sino más salarios para ellos, para que el orden moral sea posible. Y como el salario familiar nunca ha sido posible, las mujeres siempre han tenido que trabajar en los mercados sumergidos. Son consecuencia de un orden patriarcal que no puede realizarse», lamentaba. Era así cómo medían también la «respetabilidad del varón», relacionándola con que, de cara a la sociedad, mujeres e hijas no trabajasen.
Toda esta precariedad dio lugar a que muchas mujeres tuviesen que sumergirse en trabajos aún más excluyentes, como la prostitución. «Al principio, había una mirada entre sectores populares y clase trabajadora más compasiva y menos intransigente, incluso entre las mujeres, porque se veían obligadas para alimentarse y alimentar a sus hijos», relataba. Sin embargo, poco duró esta compasión, pues con la llegada de los primeros registros de prostitutas y el primer reglamento de higiene especial en el Ayuntamiento de Bilbao, en 1873, se construyó un «cuerpo social» totalmente apartado, con unas normativas para que estas viviesen en guetos e, incluso, obligadas a portar una cartilla con la que poder identificarse como prostitutas si las paraban o sospechaban que así lo fueran. «Se establecía un sistema de higiene con médicos especializados, controles estrictos… No porque les importase la salud de estas mujeres, sino para no contagiar al cuerpo decente, que eran los hombres y sus señoras», esclarecía. A partir del siglo XIX, estas pasaron a ser vistas como «cuerpos infecciosos». Aunque cabe reconocer que este primer reglamento sí sirvió para algo. Las tasas de mortalidad disminuyeron. Pero, ¿gracias a quién? Una vez más, a las mujeres. «Eran agentes sanitarias de primera magnitud. Educadas para tener hábitos de limpieza, alimentación, gestión de la vivienda…, ahí empezaron los manuales de amas de casa. Las niñas empezaban a ir a la escuela y eran enseñadas a eso», explicaba.
En definitiva, las mujeres no sólo jugaron un papel importante en la época de la industrialización, sino que fueron el pilar que sostenía y salvaba a toda una clase trabajadora. Los años de investigación de mujeres como Pilar Pérez Fuentes demuestran que son las mimas mujeres quienes se salvan entre sí, quienes se encargan de darse voz, hacerse ver y hacerse oír. «Cuando se dan grandes transformaciones y estas se aceleran, en el campo de la economía, la ciencia, etc., se desestabiliza el orden de género; y más en un momento como el nuestro en el que hay un soporte activo para desestabilizarlo: el feminismo», terminó afirmando.
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